Mucho se ha escrito sobre este misterioso
manuscrito, diversas teorías lo rodean de un halo críptico, quizás esto no haga
más que enturbiar su verdadero significado. La historia nos dice que fue
adquirido por un anticuario bibliófilo llamado Wilfrid Michael Voynich, pero
hay que ahondar en su biografía. Era también químico y farmacéutico, de origen
polaco y su matrimonio con Ethel Lilian Boole, hija
del matemático George Boole, especialista en lógica algebraica y considerado
como uno de los padres de las ciencias de la computación y de María Everest,
matemática y sobrina del geógrafo y cartógrafo que dio su nombre al famoso
monte Everest, le otorga una especialización por parte de los últimos “propietarios”
del manuscrito Voynich.
En ambas partes familiares vemos una fuerte presencia
de científicos en diversas disciplinas y eso ha sido objeto de especulación,
dando a entender que el matrimonio pudiera estar implicado en la creación del
manuscrito. No es de extrañar que así fuera ya que nunca quisieron aclarar la
procedencia del incunable que fue adquirido en 1912, diez años después contraer matrimonio en el año
1902.
Era
necesario dotar al manuscrito de una cierta “genealogía” para complicar aún
más, si cabe, el desenlace de su contenido. Así, desde la supuesta pertenencia
o autoría de numerosos personajes, como Roger Bacon, John Dee, Athanasius
Kircher, etc, y a su vía crucis por diferentes instituciones, como la jesuita
El Collegio Romano, todo ha contribuido a enmarañar lo que subyace entre sus
hojas apergaminadas.En los diferentes apartados de los que consta al
manuscrito, objeto de las más diversas teorías, vemos ilustraciones que
corresponden a lo que se puede catalogar como áreas dedicadas a la botánica,
alquimia, astrología, astronomía etc. Algunas partes nos indican que dichas
ilustraciones fueron hechas antes de incluir el texto.
Hay otras páginas que carecen
de ilustración alguna, pero de lo que no hay duda es que ha resistido a todo
análisis criptográfico o supuestamente es lo que nos han hecho creer. Una de
esas ilustraciones llama la atención y es la que se ha tomado en consideración
para intentar dar una localización geográfica al manuscrito y es concretamente
una fortaleza constituida con un tipo determinado de almenas en forma de “cola
de golondrina”, llamada también almenas gibelinas, con lo que la sitúa en
Italia, pero si observamos la ilustración con detenimiento, la construcción
mezcla almenas de dos tipos, las gibelinas y otras rectas que se llaman
güelfas.
Esto no se puede pasar por alto ya que estos dos términos obedecen a
un movimiento político de iguales denominaciones, los güelfos y gibelinos que
se originaron en el siglo XII y cuyas facciones apoyaron a dos casas nobles
alemanas, la casa de Hohenstaufen y la de Baviera, movimiento que se dio también en Italia.
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Almenas gibelinas (abajo) y güelfas (arriba). |
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En mi análisis me centro en el
texto, sujeto a controversia, ya que no se aúnan las opiniones y todo parece
indicar que dan palos de ciego intentando descifrar en qué idioma está escrito
el manuscrito. Pienso que corresponde a diferentes grafías, conclusión a la que
llego tras analizar diversos textos históricos escritos en clave. En una de las ediciones del
“Libro del Tesoro” falsamente atribuido a Alfonso X El Sabio, se comprueba que
una parte está escrito en lenguaje perfectamente legible y otra en lenguaje
cifrado, que ya ha sido desencriptado y que corresponde con grafías plasmadas
en el Voynich.
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Comparación grafías. Manuscrito Voynich (arriba) libro del tesoro (abajo). | | | | | | | | | | | | | | | | | | | |
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Libro del tesoro. |
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Así mismo en el periplo por incunables y
textos históricos, encuentro una muestra de escritura en la que se ve
claramente las ornamentaciones tipo “horca” que figuran en los textos del
manuscrito Voynich.
En conclusión se puede decir
que el texto Voynich está compuesto por la aglutinación de varias grafías y
símbolos, cada uno con su valor y su traducción. Aunque su “lectura” se antoja
monótona, rezuma una sutil broma simpática a mi entender, como la burlona e
irónica sonrisa de la
Gioconda, que quizás se escapa del rostro de Ethel Voynich,
diciéndonos veladamente… ¿ No veis en mi escritura la huella del Voynich?.