Jaime I, El Conquistador, nació
en Montpellier – Francia en 1208 y falleció en Valencia en 1276. Era hijo de
Pedro II, el Católico y María de Montpellier, reina consorte de Aragón e hija
de Guillermo VIII de Montpellier y Eudoxia Comnena de Constantinopla.
Independientemente de las leyendas de cómo fue engendrado, es histórica la vida
difícil de este rey desde su nacimiento, de hecho en su propia cuna, sufrió un
atentado por parte de un sicario que le arrojó una piedra. Era notorio que el
matrimonio de sus padres era un auténtico calvario, su padre acabaría al fin
repudiando a su madre.
El rechazo a Jaime por parte de su padre, le impidió
conocer a su hijo hasta que no cumplió los dos años de edad y resolvió entregarlo
a Simón de Montfort para su tutela, prometiendo su matrimonio, con la hija de
Simón de Montfort (Amicia), para lo cual, habría de ser recluido en el Castillo
de Carcasona hasta la edad de 18 años. La vida de este monarca es de sobra
conocida, pero quizás no se haya dilucidado el procedimiento por el cual, Jaime
I es entregado a la custodia de los templarios. María de Montpellier, hizo un
primer testamento del que parece que se ha silenciado por parte de la historia.
Dicho testamento fue otorgado en Aniane (Región Occitana) el 28 de agosto de
1209. En dicho testamento se recoge la disposición de entregar a su hijo Jaime
a la custodia de los Templarios, en estos términos…
“Jacobum, filium meum, dimitto in
custodia Dei et Beate Marie et in potestate domini Petri, regis Aragonum,
patris sui, et volo ut Templum recipiat filium meum et custodiat donec ei illum
reddat. Rogo dominum Petrum, regem Aragonum, ut filium et terram custodiat in
bona fide et diligat homines Montispessulani pro Deo et pro filio”.
Primer testamento de María de Montpellier 1209 |
Esta disposición fue hecha cuando
Jaime tenía 1 año de edad, asegurándose de salvaguardar el destino de su hijo
repudiado por su padre, quién murió inesperadamente en la Batalla de Muret en
septiembre de 1213. Ya huérfano de padres, pues su madre falleció unos meses
antes que su padre, en abril del mismo año en Roma, el Papa Inocencio III fue
el que obligó a Simón de Montfort a liberar al niño y entregarlo a la nobleza
catalana que lo reclamaba. Luego, fue el propio Simón de Montfort, quién
entregó al niño Jaime a la nobleza catalana quien posteriormente, lo confió al
Temple, obedeciendo así a las disposiciones testamentarias de su madre.