En los terrenos en los que se
asienta hoy el museo del Louvre, había una fortaleza construida por Felipe II,
por el año 1190, después se demolió por Francisco I que estaba en el poder y se construyó un
palacio renacentista. Quiero destacar un detalle y es que, Felipe II, estuvo
implicado en la persecución de los cataros y también tuvo intensas rivalidades
con la familia Plantagenet, o sea que como digo en la cara oculta del temple,
la familia Plantagenet es una de las dinastías asociadas al grial. También este
monarca Felipe Augusto (Felipe II) estuvo en la tercera cruzada de Palestina, puso
de manifiesto su disconformidad de cómo se estaba llevando la ocupación, con
esta familia de los Plantagenet.
También tuvo disputas con Juan sin Tierra, quién
asaltó París y destruyó su archivo, obligando al monarca a reconstruirlo.
Entonces de esta somera exposición, se desprende que el Louvre no está puesto
ahí por mero capricho y por comodidad ya que el patio cerrado en el que se
alberga, quedó así, después de construir el palacio y expropiando manzanas
enteras de edificaciones, si no que tiene relación con el temple, indiscutiblemente
y que todo cuanto escarbemos en una u otra dirección, por muy inconexa que nos
parezca, siempre acabaremos desembocando en el mismo mar. Es la línea roja que
portan los templarios, la línea tanto de sangre como del conocimiento que porta
esa sangre. Sangre real, conocimiento sagrado, solo digno de transmitirse por
familias privilegiadas. Todo es más sencillo de lo que parece, aunque se
pierdan las pesquisas en los afluentes de un mismo río, no hay que demorarse en
las ramificaciones, si no seguir el río, para llegar cuanto antes a la
desembocadura, si no te arriesgas a perderte entre los meandros y quizás te
atores en el decurso fluvial y no puedas terminar como se debe.
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