lunes, 10 de diciembre de 2012

DESPUÉS DE JACQUES DE MOLAY





En numerosas  ocasiones se intentó por parte de la iglesia y la monarquía, aglutinar en una sola orden a los Templarios y Hospitalarios bajo las mismas directrices y un mismo hábito, sin éxito. Siempre se habían negado los Templarios a semejante empresa, ya que ellos no compartían los mismos fundamentos que las demás órdenes. A caballo de los siglos XIII y XIV, se gestaron numerosos escritos orientados a la recuperación de Tierra Santa y a la resolución de los problemas, ya que la preocupación por la pérdida de Acre era evidente. 



Entre esas obras, a parte de las dedicadas por el médico Galvano de Bueno y Pierre Dubois, abogado del Felipe IV el Hermoso entre los años (1268-1314), con el libro “De recuperatione Terrae sanctae “, destacan los textos del religioso y polifacético escritor mallorquín del siglo XIII Ramón Llull, que desempeñó en el real palacio de D. Jaime II de Mallorca los cargos de senescal y mayordomo, en cuyas obras, “Quomodo Terra Sancta recuperari potest”, “   Liber de Fine “ y “  Liber de Acquisitione Terrae Sanctae “, recoge el plan llamado “Rex Bellator”, para la culminación de la unión de todas las ordenes tanto en Tierra Santa, como en la Península, bajo el mando de un rey guerrero, viudo o soltero. 



Estaba prevista, a parte de una incursión bélica, para la recuperación de Tierra Santa, una ofensiva espiritual mediante la instrucción de un grupo de frailes en lenguas árabes. Los propósitos de Llull eran que, la cabeza de este proyecto, como “Rex Bellator” fuera el rey Jaime II de Aragón o su hijo Jaime de Aragón y de Anjou. Esta idea no era bien recibida por Felipe IV “El hermoso”, que también disputaba semejante nombramiento y cuyo título sería el de “Rex pacis”. La culminación de este proyecto, significaba un gran poder y quién lo ostentara se posicionaría en el liderazgo del mundo, por ese motivo el rey Jaime II, tenía especial interés en conseguir tal poder y para ello debía mediar en la liberación del que sería el sucesor del Gran Maestre Jacques de Molay, Dalmau de Rocabertí, último jefe militar templario, (hijo del vizconde de Peralada Rocabertí, Dalmau VI de Rocabertí), capturado en la isla de Arwad (Siria) en 1302 y posteriormente trasladado junto a otros caballeros a El Cairo, después de que unos 900 templarios entre sargentos y turcoples (ayudantes sirios) fueran ejecutados en la guarnición templaria de Arwad. Numerosas embajadas a Egipto se enviaron para intentar la liberación de Rocabertí entre los años 1303 – 1306, comandadas por el templario Eymeric de Usall mediando ante el sultán An-Nàssir sin conseguirlo y posteriormente en otra embajada enviada en 1315, fue cuando Dalmau de Rocaberti fue liberado, regresando a Cataluña falleciendo años después en 1326, en el monasterio de Santa Maria de Vilabertrán, Girona. 









No es de extrañar que Rocaberti se convirtiera en el sucesor de Molay al regresar a Cataluña y ostentara el cargo de Gran Maestre hasta su muerte, ya que gozó de la más alta consideración entre los templarios catalanes. Luego, la cadena de maestres, no fue interrumpida, al coger el relevo de Jacques de Molay, Dalmau de Rocaberti. Teniendo en cuenta todo lo relatado y el desmesurado interés de Felipe IV de Francia en alzarse como “Rex Pacis”, ya que quiso ingresar en la orden del temple, al fallecer su esposa Blanca I de Navarra, siendo rechazado por la orden y el intento por conseguir la unificación de todas las ordenes en 1301, tras entrevistarse Llull con Molay en Chipre, a lo que se negó el gran maestre  y reiteró una vez más en la convocatoria de 1306 en Poitiers por el Papa Clemente V, todo ello confluyó, a parte de las motivaciones económicas, al apresamiento, ejecución de los templarios y la abolición de la orden.